¡Todos al campo! Las primeras escapadas del año tienden a encaminarse hacia destinos alejados del mundanal ruido, del barullo de las ciudades. Una receta infalible es tomar nota de los hoteles rurales que nunca fallan, que jamás decepcionan porque cuentan con una sabiduría consumada, con un encanto en perfecto estado de revista, con entornos únicos en los que la naturaleza siempre es su mejor aliada, con una mesa y mantel reconfortantes, con lechos de efecto adormidera y una paz a prueba de pájaros cantores. Veteranos y clásicos en la plena forma, ilustres de la hospitalidad campestre, referentes de nuestra memoria hotelera, estos son alojamientos rurales míticos para perderse en ellos.
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1. Torre del Visco (Fuentespalda, Teruel)
La marca Relais & Châteaux distingue a esta masía del siglo XV como lo que es, un templo de la hospitalidad en plena comarca del Matarraña al estilo de las country homes de la campiña inglesa pero con el valor incuestionable de sus 100 hectáreas de olivares y jardines de flores o los platos de huerta de su reputado restaurante. Y esos desayunos sin prisas, ¿qué? Un hotel de campo sin igual.
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2. El Milano Real (Hoyos del Espino, Ávila)
También se peregrina hasta este hotelito culto y con mucho encanto sólo para comer frente a las montañas de Gredos pero la visita bien vale una estancia en cualquiera de sus suites temáticas –nos encanta la japonesa- o un vistazo a las estrellas desde su puesto de observación astronómica. Otro clásico básico.
3. Aldearoqueta (Culla, Castellón)
El factor diferencial de este alojamiento rural reside en que en realidad responde a la transformación de una aldea perdida en el Maestrazgo en un original complejo de casitas rurales confortables, modernizadas pero fieles a la arquitectura popular de los alrededores. Un pueblecito en el que elegir masía desde la que extasiarse ante un paisaje inabarcable.
4. Molino de Alcuneza (Sigüenza, Guadalajara)
Los fans de lo rústico, las recetas alcarreñas y, claro que sí, los molinos tienen en este capricho un escondite perfecto en el que dedicarse a no hacer (casi) nada. Muy cerca de Sigüenza pero rodeado de la naturaleza del valle del Alto Henares, un viejo molino harinero del siglo XIV fue reconvertido en bonito hotel rural pero con destellos boutique. Pura coquetería rústica con olor a leña y a campo.
5. Camino Real (Selores, Cantabria)
Un hotel rural a todo color, por cortesía del artista decorador Paco Entrena que dotó a esta casona palacio de lo más típica en un personal y ecléctico escenario hospedero que mezcla ambientes exóticos con la arquitectura tradicional del siglo XVII, la cocina de la tierra y el entorno fundido en la Comarca del Saja-Nansa y el valle de Cabuérniga. Diferente.
6. Mas Vilalonga Petit (Cassa de la Selva, Girona)
Una tierra como el Ampurdán no puede esquivarse si de hotelazos rurales se trata, y esta masía romántica del siglo XVIII, torre almenada incluida, es una de las de mayor refinamiento rústico emplazada como está entre la frondosidad del parque natural de les Gavarres. A su vez, 25 hectáreas de finca cuidada con mimo para que basten nueve alcobas de mucho carácter y un restaurante instalado en el cobertizo.
7. Torre de Villademoros (Cadavedo-Valdés, Asturias)
Esta vez es una torre medieval la que despunta en un praderío de la comarca de Entrecabos –los cabos Vidio y Busto- y que además alberga una suite espectacular independiente de la casona solariega del siglo XVIII en la que se concentran el resto de habitaciones y espacios modelados con buen gusto actual. Vistas al Cantábrico y ausencia de cursilería.
8. Son Brull (Pollença, Mallorca)
Una institución, rural sí, pero de hospitalidad bendita al tomar parte de un antiguo convento jesuita del que aprovecha sus muros recios pero también la finca agrícola que lo rodea. La rehabilitación no pudo ser más pulcra, el despliegue interior es minimalista pero de sobra elegante y, sobre todo, nada escapada a sus miramientos para con el privilegiado huésped. Lujo de este siglo.
9. Mas Passamaner (Selva del Camp, Tarragona)
Difícil encontrar un hotel de esta enjundia que va más allá de una finca de frutales y una casa de campo, sino que reúne la personalidad de un palacio modernista con el atrevimiento y desparpajo de su adaptación a alojamiento lujoso. A veces minimalista, a veces excesivo, siempre exclusivo. Para amantes de los contrastes.
10. Molino del Arco (Ronda, Málaga)
Una demostración sensorial depara sobre todo en primavera este hotelito fruto de la rehabilitación de un cortijo-almazara del siglo XVIII perdido en la serranía rondeña. Olivos centenarios y un jardín primoroso protagonizan el envoltorio de patios encalados que, entre sol y sombra, dan paso a unas habitaciones encantadoras. Ni un pero.
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