Pongan a punto la brújula. Latitud sur: 37°06′. Latitud oeste: 12°16′. ¿Dónde estamos? En uno de los rincones más perdidos del globo terráqueo. Concretamente en mitad del Atlántico Sur, frente a los acantilados de un pegote de tierra llamado Tristán De Acuña, la isla más remota del mundo.
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¿Cómo se come eso? Ser el más remoto significa ser el lugar habitado más alejado de otro en el mapa. Así lo certifica el libro Guinness de los Récords y así fue materia de inspiración literaria para maestros de la aventura como Julio Verne, Edgar Allan Poe o Emilio Salgari.
Sudamérica, a 3.360 kilómetros al oeste. Sudáfrica, a 2.816 kilómetros al este. Tristão da Cunha es una isla, pero da nombre también al archipiélago británico compuesto por, además de la homónima y habitada que nos ocupa, las deshabitadas islas Inaccesible y Nightingale. Sumada a la isla de Gough, forma una dependencia de Santa Elena, aquella isla a la que se deportó a Napoleón Bonaparte y el punto habitado más cercano, nada menos que a 2.173 kilómetros rumbo norte.
El nombre se lo debe a su descubridor, un navegante portugués que dio con ella –pero sin poder poner pie en tierra- en el año 1506 aunque no fue hasta varios siglos después, ya anexionada a la Corona Británica, cuando la isla empezó a contar con una población más o menos estable en el asentamiento de Edimburgo de los Siete Mares, capital administrativa actual con unos 302 habitantes censados en 2015.
Tras servir de campo base de balleneros y cazadores de focas, y tras algún que otro desastre natural que aisló aún más a este territorio de ultramar y empobreció su forma de vida, la isla de no más de 98 metros cuadrados de superficie subsiste de la actividad pesquera –la industria de langosta goza de buena salud- y de la agricultura, con un estricto control de la propiedad comunal como garantía contra las desigualdades sociales.
Servicios que pueden encontrarse en Edimburgo de los Siete Mares: una tienda de ultramarinos, una emisora de radio, un café, un bar, un campo de fútbol, un campo de golf, una pista de tenis y una piscina. La conexión a internet cada vez es mejor y cada año un barco abastece de provisiones a la isla.
Su forzoso aislamiento ha derivado en una población endogámica de no más de 80 familias reducidas a tan sólo ocho apellidos distintos –anglosajones, no vascos- que sufren únicamente ciertas patologías comunes mientras que de otras quedan completamente a salvo.
Y es que el acceso sigue siendo igual de complicado debido a un litoral formado por paredes verticales de más de 600 metros de altura que todavía dificulta el amarre de embarcaciones. No hay aeropuerto. Desde el mar, la visión de la isla permite comprobar su perfil montañoso de origen volcánico, con el Queen Mary como volcán inactivo pero imponente en sus 2.062 metros, siendo el pico más alto de todo el Atlántico Sur.
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sueño muchísimo con visitar esta isla... debe ser alucinante visitar esta bendita tierra de Dios perdida en medio del atlantico sur.
que pena que mi ingles sea ,muy pobre, porque me iría allí a vivir la paz y tranquilidad que esta hermosa isla ofrece,.
Dios bendiga a todos los que allí viven y que sepan que lejos, desde otra hermosa isla de Canarias hay una persona que piensa continuamente en ella.