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Qué ver en la Costa Amalfitana

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Recorrer el litoral italiano es garantía, siempre, de encontrar una postal perfecta tras otra en las que no faltan pueblos de pescadores con casas de colores pastel, el inmenso azulejo que es el Mediterráneo y, aquí y allí, monumentos -campanarios, iglesias, palazzos- que despuntan en cada esquina y en cada curva.

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Y, de todos los tramos de litoral que atraen a los viajeros el de la costa amalfitana, empotrado en el golfo de Salerno, es de los más impactantes. Tanto que los municipios que la componen están reconocidos como lugares Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: y es que esa fusión mediterránea de arquitectura y arte, belleza natural domada por la mano del hombre en terrazas descolgadas sobre el mar donde se cultivan manjares que luego llegan a la mensa y tradiciones antiquísimas, de la que la elaboración del limoncello es sólo un ejemplo, dan la medida perfecta de lo que es el dolce far niente y se clava en la memoria de todos quienes tenemos la suerte de escaparnos a este lugar irrepetible donde la historia, como en toda Italia, también pesa: la de Amalfi fue una de las cuatro repúblicas marítimas -junto a Pisa, Génova y Venecia- que pugnaron por el control del Mediterráneo en la Edad Media.

 

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Cuando uno pasea una mañaña cualquiera por el pueblo de Amalfi, cuando solo se escucha el sonido de alguna Vespa o de un autobús de turistas aparcando, se da cuenta de porqué escritores y artistas han escogido desde siempre estas tierras como el lugar donde buscar la inspiración.

La piazza del Duomo o la vía Lorenzo d’Amalfi son dos rincones de Amalfi que hacen buenos todos los tópicos: heladerías, tiendas y una catedral, la de San Andrés -uno de los doce apóstoles, enterrado aquí- imponente, como la escalera que asciende a ella… Para retomar fuerzas, en la misma plaza está una maravillosa pastelería, Pansa, en funcionamiento desde 1830 y cuyos helados y pasteles parecen de otro mundo.

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Colgado sobre colinas, Ravello -para muchos, el lugar más bello de todo el Mediterráneo– es un pueblo más pequeño pero aún más exclusivo, un auténtico refugio desde hace siglos para nobles, grandes fortunas y famosos de toda condición y, en el siglo XX, un auténtico All Star de la cultura y el arte: de Lawrence Durrell a Patricia Higsmith, pasando por Pablo Picasso, Henri Matisse y, sobre todo, ese escritor e intelectual bigger than life que fue Gore Vidal, quien vivió aquí.

La catedral y la plaza en la que está son muy bellos pero es sin duda la Villa Ruffolo, construida en el siglo XIII y que llegó a ser residencia papal, cuyos jardines ofrecen unas vistas del Mediterráneo que compiten con las que, se dice, son las más bellas del mundo, las de Villa Cimbrone, que se pueden disfrutar desde su Beldevere.

El mismo Mediterráneo infinito se puede disfrutar desde la piscina del hotel Caruso, en Ravello (Piazza San Giovanni del Toro, 2. www.hotelcaruso.com), y sentirse parte del panteón de la Roma clásica, es todo uno. Si el pueblo más bello del Mare Nostrum es la demostración perfecta de que el Edén existe, el alojarse en este magnífico palazzo del siglo XI donde el lujo más exquisito arropa cada detalle, es, decididamente, manjar de dioses…

 

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Para terminar, el pueblo de Positano, con sus hoteles y boutiques de lujo, dividido en dos por un acantilado -Spiaggia del Fornillo al oeste, más popular, y Spiaggia Grande al este, más exclusivo-, donde el protagonista es la tranquila vida diaria, reflejada en los colores que decoran las fachadas de las casas, la protagonista. Restaurantes, tiendas y una playa: no se necesita más.

 

¡Buen viaje!
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Última modificación 24 de junio de 2015

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