Los platos españoles tienen diversos orígenes que, a partir de usos y costumbres, han ido pasando a formar parte nuestra gastronomía típica. Muchas de las tradiciones, las vemos reflejadas por primera vez en las aventuras de Don Quijote de la Mancha escritas por Miguel de Cervantes, quien va haciendo parada y probando buena parte de lo que hoy ha llegado a nuestra mesa. Algunas siguen siendo habituales en las cartas de los restaurantes castellanos, otras han extendido su popularidad a otros puntos de la geografía española.
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1. Gachas (Ciudad Real)
¡No confundir con el requesón! Probablemente ni te habías planteado que eso pudiera suceder pero si eres un lector avezado de Don Quijote recordarás la escena en que el caballero lo confunde a pesar de la insistencia de su escudero Sancho. Las gachas, para cuya elaboración son necesarios harina y miel sueltas con agua y cocidas al fuego con aceite o arrope y ajos, es uno de los platos más típicamente manchegos. Ésta se ha extendido a diversas regiones de Andalucía como Málaga o Jaén.
2. Lentejas (Ávila)
De origen humilde desde la literatura caballeresca de la época como bien se describe en Don Quijote de la Mancha en la que hace referencia a ella como el ‘majar de las clases populares’, no solo como plato principal sino por su uso como base para cualquier plato cocinado días después. Con el tiempo, Ávila se ha quedado con la ‘receta típica’ y convirtiendo de este alimento un auténtico majar.
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Las populares lentejas (Flickr)
3. ‘Platonazo’ u Olla podrida (Burgos)
Don Quijote lo llamaba ‘platonazo’ durante sus aventuras así que ya puedes hacerte una idea su propia contundencia. A saber: legumbres, verduras, morcilla, chorizo, panceta y morro. No obstante, su nombre real en la Edad Media era ‘olla podrida’, o mejor dicho ‘poderida’, lo que significaba ‘la olla de los poderosos’. Este calificativo no es baladí dado que los únicos que en aquella época podían tomar este delicioso plato eran las personas con dinero. Antes de que diera el salto a Argentina y Uruguay ya era famosa en Extremadura y, especialmente, en Burgos.
4. Albóndigas (Cádiz)
No todo son caprichos de Don Quijote; Sancho Panza también tiene los suyos en forma de ‘albóndigas’ sobre las que ironiza diciendo “no sé por qué estoy gordo si no como tanto”. La receta original que tanto gustaba al escudero de Don Quijote estaba elaboradas a base de sobras de la vaca. No obstante, ya tenemos referencias sobre este alimento en la épica de la Roma Imperial donde utilizaban carnes de vacuno, pollo, pavo real, conejo y cerdo. Aunque no es patrimonio de una ciudad concreta, las gaditanas se han hecho un hueco en la gastronomía española actual.
5. Bacalao (Badajoz)
A pesar de que fue el plato que tuvieron que llevarse a la boca el hidalgo caballero y su fiel escudero el viernes de Cuaresma, esta tradición parece que no ha perdurado. Hoy en día se ha convertido en un auténtico majar pero en aquella época era un plato de las familias con menos recursos. En ese mismo pasaje se detallas las carnes y pescados de clases pudientes dejando fuera este pescado. ¡Cómo han cambiado los tiempos!. El bacalao ha pasado por diferentes etapas dado que durante los años de Felipe I de Portugal, tras ser derrotado por la ‘Armada Invencible’, dejó sin embarcaciones para continuar con la pesca. Un producto muy típicamente portugués y zonas costeras del norte español -especialmente en País Vasco- concretamente en Extremadura –especialmente Badajoz- han conseguido convertirlo en un majar.
6. Fritada de ratas (Mallorca)
Los habitantes del entorno de la Albufera conocerán bien su fama que, con los años, ha dado el salto de popularidad en las remotas Vietnam y Camboya. Aunque ahora se quieran anotar el tanto en el continente asiático, los valencianos, según se cuenta en Don Quijote de la Mancha, ya utilizaban la famosa ‘rata de agua’ en las paellas de entonces. Con el paso de los años, se ha convertido en un ‘must’ de Mallorca así que ¡toma nota!.
7. Duelos y quebrantos (Toledo)
Cuando la población, que debía conformarse habitualmente con las hierbas del campo y verduras, tenía que subsistir y salirse un poco de la rutina recurría a este plato que se elaboraba a partir de lo que sobraba de los huesos del salpicón. Por aquél entonces, y para darle una nota de color, utilizaban el ajo para darle sabor. El plato, aunque mantiene el recipiente de cazuela de barro, ha variado su receta para ser realizada con chorizo, jamón y tocino. Tiene muchas referencias en la historia de nuestra literatura aunque una de las más significativas es en un manuscrito atribuido a Calderón de la Barca.
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