No es fácil condensar en apenas unos párrafos el significado del verdadero horror que sufrió el pueblo de Camboya durante el feroz y sanguinario régimen de los Jemeres Rojos. Más bien es imposible y, por eso, nos limitamos a recordar la existencia de uno de los símbolos que permanecen en pie para no olvidar aquel infame periodo de la historia, el que va de 1975 a 1979, cuando el ejército vietnamita entra y libera al país del yugo de Pol Pot.
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Ese símbolo es la prisión de Tuol Sleng, en la capital Phnom Penh, convertida desde 1980 en museo del genocidio. Conocido como S-21, de aquel centro de interrogatorios y torturas que acogió a decenas de miles de prisioneros apenas consiguieron salir vivos unos pocos.
La locura deshumanizada impuesta a la fuerza por el sistema de Angkar diezmó a la población camboyana en unos dos millones de personas. Tuol Sleng, al igual que el campo de la muerte de Choeung Ek, a donde llevaron a muchos de los prisioneros del centro, simboliza el genocidio.
Los números no consiguen clarificarse del todo entre la nebulosa de la sinrazón. Aproximadamente 20.000 personas entraron en esta antigua escuela convertida por los Jemeres Rojos en prisión macabra hasta el tuétano. En cuanto a los supervivientes, pudieron ser veinte o quince, no más, aunque el recuento oficial se limitara a nueve, ocho, tal vez siete.
Uno de estos supervivientes, Bou Meng, salvó la vida por su habilidad con los pinceles. El despiadado responsable del centro, conocido como camarada Duch, le encargó un retrato del líder Pol Pot, el infausto Hermano Número 1, y su pericia con el parecido del genocida le permitió dedicarse a pintar a otros mitos comunistas y a ilustrar las torturas presenciadas en el interior de Tuol Sleng.
Otro de ellos, Chum Mey, les fue útil al ser mecánico y poder arreglar las máquinas de escribir necesarias para la administración del centro. De entre todos, una única mujer logró salir con vida. Chim Math se libró de un desenlace peor gracias a su peculiar acento campesino, cosa que le congració con el citado Duch, el antiguo director de Tuol Sleng, que reconoció compartir lugar de origen con la prisionera.
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Entre otras cosas, en honor a estos supervivientes y a la memoria de las víctimas, el actual museo funciona como crónica de un pasado cuyas heridas todavía siguen abiertas. Nada más entrar, las fichas en blanco y negro de los prisioneros reciben a los visitantes. Muchos de esos rostros corresponden a prisioneros encarcelados por su relación con el régimen anterior a los Jemeres Rojos. Muchos otros corrieron la misma suerte por ser considerados traidores. En cualquier caso, en Tuol Sleng reina el silencio más respetuoso. Imposible olvidar.
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