Portada y contraportada del libro Fuck it. Michele Sibiloni (www.fuckit-book.com)
África oriental. Los Grandes Lagos. La República de Uganda. Una vez situados en lo más profundo del inmenso continente, varias aclaraciones respecto al presente de este país en lo social: la tendencia oficialista a limar las libertades individuales y, sobre todo, a prohibir conductas sexuales que al gobierno le puedan resultar indecorosas. Desde la promoción (supuestamente) pornográfica al coito entre personas del mismo sexo. Empezamos bien.
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Sin embargo, frente a la represión surge un destello de luz fulgurante y liberadora. Ahora tenemos la certeza gracias a la reciente publicación en mayo de este año de un libro de fotografías cuyo título lo dice todo: Fuck it. Este “a la mierda” gráfico es el resultado del trabajo de campo nocturno en la capital ugandesa Kampala del fotógrafo italiano Michele Subiloni desde 2011 a 2014. Publicado por la editorial suiza Edition Patrick Frey, las fotos hablan por sí mismas. Entre el conservadurismo imperante, la fiesta desatada de los instintos más primarios y salvajes. No hay límites.
Tras reflejar los conflictos acaecidos en los países limítrofes como Ruanda, Burundi o República del Congo, Subiloni orientó su objetivo y su flash a la noche de Kampala. Un trabajo muy diferente al anterior pero en el fondo complementario al servir como documentación de una sociedad apartada de la superficie. Descubrió que la fama que había acumulado no se quedaba corta, sobre todo en cuanto empezó a adentrarse en Kabalagala, el barrio más loco de la ciudad.
Prostitutas, borrachos, turistas occidentales con dinero, drogadictos, porteros de discoteca, ejecutivos con ganas de sexo, dandis africanos trajeados, rastafaris fumetas, criaturas fantasmales casi de vudú… Fauna de todo pelaje y condición bailando, sudando y “sexualizando” junta en bares y piscinas de hotel en una especie de espiral sin pausa en la que la convivencia y la tolerancia –exhibición de armas, mediante- se mantienen en un extraño y democrático equilibrio. Ricos y pobres comparten ambiente sin discriminación alguna. Aunque nos pueda venir a la cabeza experimentos cercanos como el de Magaluf, lo cierto es que este todo vale tiene más que ver con una necesidad de romper con lo establecido de la juventud ugandesa y con una válvula de escape a lo bestia que con otras circunstancias de sacar negocio de la chavalería pija.
Las fotos son crudas y nada estilizadas. El uso del flash, directo y a degüello. La metodología, peligrosa porque, con todo, hay gente con dudosas intenciones que pudo mosquearse ante un clic furtivo. También hay naturalezas muertas muy sucias, como rincones llenos de huevos rotos junto a botellas vacías. Cualquier detalle sirve para ilustrar la fiesta: un contoneo procaz, una postura y un devaneo en el baile, una mirada perdida o amenazante, un tatuaje explícito, unas uñas postizas. La gente se rebela porque quiere pasárselo bien. Fuck it!
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