Si a alguien le fascinan los volcanes, debe coger un avión con las coordenadas de Indonesia en el navegador. Allí, con montañas calientes a elegir desde Sumatra hasta Timor Occidental, la isla de Java en su extremo más oriental acoge a diario un fenómeno natural extremo, imposible de contemplar en ningún otro rincón del planeta: el volcán Kawah Ijen supurando lava azul.
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Imaginaos una caldera de 20 kilómetros de ancho. La inmensa formación mesetaria Ijen incluye un grupo de pequeños estratovolcanes, entre los que destaca este Kawah Ijen con su característico lago ácido de color turquesa y cuyo cráter abarca un kilómetro de diámetro. Hasta aquí, todo más o menos previsible en el mundo de la vulcanología.
Por el día, un puñado de esforzados trabajadores porta hasta la refinería pesadísimas canastas llenas de azufre solidificado. Pero algunos de ellos redoblan turno cuando cae la noche con el fin de doblar también su precario salario diario. Es el momento más peligroso para todos ellos y, paradójicamente, el más hermoso para los que tienen la suerte de asistir simplemente como invitados a lo que en este cráter acontece. Es de noche cuando el espectáculo, ya asombroso de por sí, se vuelve surrealista, único en el mundo.
Fotógrafos aventureros como Olivier Grunewald, un obseso de los volcanes, ya nos lo habían mostrado en trabajos muy celebrados, incluso mediante un documental, y ahora ha sido el artista multidisciplinar Reuben Wu el que nos ha brindado la oportunidad de comprobar el estado de tan acongojante demostración de poderío por parte de la naturaleza. El resultado es evocador, inquietante, misterioso, irreal.
El gas, filtrado a través de las grietas a enorme presión y a temperaturas que superan los 500 °C, es escupido en cuanto entra en contacto con el aire exterior como llamas que se elevan hasta los cinco metros de altura. Licuado, el azufre arde mientras desciende por las paredes. La lava adquiere un prodigioso color azul eléctrico. No hay “blue fire” más grande. No es un planeta lejano, es La Tierra.
Para asomarse a este paisaje indescriptible hace falta patear durante varias horas la ladera del volcán, pero requiere de otro paseo más hasta poder poner los pies sobre el anillo del cráter. Por supuesto, si no llevas una máscara antigás mejor quédate en el hotel pero, aunque la última erupción seria fue en el año 1999, los accesos a cráter y mina han sido temporalmente clausurados debido a que este 1 de octubre se detectaron bajo el lago unas pequeñas explosiones freáticas. El espectáculo de este torrente azul no es un juego, pero engancha.
Reuben Wu en redes sociales:
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