El monte Saint Michel

De todos los lugares Patrimonio de la Humanidad que atesora Francia -y son unos cuantos-, el monte Saint Michel es uno de los que mayor carga espiritual tiene. Ubicado entre la punta bretona de Grouin (Cancale) y la punta normanda de Champeaux (hacia Granville), en el centro de una inmensa bahía a la que bañan las mayores mareas de Europa (y que juegan con él, aislándolo del continente con la pleamar), y que está también inscrita en la UNESCO en la lista de los lugares considerados Patrimonio Mundial Cultural y Natural.

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El monte es un islote rocoso en el que, nos dice la tradición, se apareció el arcángel San Miguel en tres ocasiones a comienzos del siglo VIII. Desde entonces, el monte ha atraído a peregrinos y viajeros de todo el mundo, lo que ha configurado un auténtico catálogo universal de estilos arquitectónicos -del pre-románico al gótico- que, desde 1979, es Lugar Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y el tercer lugar más visitado de Francia (tras la Torre Eiffel y el palacio de Versalles).

El monte es un pequeña ciudad medieval, compacta y muy bulliciosa: cada año la visitan más de tres millones y medio de personas. No faltan iglesias, restaurantes, alojamientos y tiendas de recuerdos, sobre todo el la parte sur del peñasco, pero sigue siendo un lugar espectacular. Después de cruzar la entrada, a través de la puerta del Bulevar y la fortificada Puerta  Real, se sale a la Grande Rue, la calle principal, repleta de pequeños museos, restaurantes, tiendas, todo ello en construcciones de los siglos XV y XVI. Aquí se encuentra también la pequeña iglesia de San Pedro, de esos mismos años. Al final de la calle está la Grande Degre, la escalera que conduce a la maravillosa Abadía medieval (abierta todo el año excepto el 1 de enero, el 1 de mayo y el 25 de diciembre, de 9h a 19h entre el 2 de mayo y el 31 de agosto, y de 9h30 a 18h el resto del año. Entradas: 9€. Menores de 26 años: entrada gratuita), que despunta en la panorámica del monte y desde la que se tienen unas vistas espectaculares y casi infinitas tanto de la costa como del mar abierto.

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La abadía tiene una historia azarosa: fue construida por los monjes benedictinos entre los siglos XI y XII, y fue considerada en la época un reflejo en la tierra de la Jerusalén celestial (aquella era una época en la que las Cruzadas marcaban la vida diaria de los europeos). En el siglo XIII, un incendio devoró gran parte del edificio, y se construyó entonces el famoso edificio de la Maravilla, que le dota del carácter que tiene hoy; durante  la Guerra de los Cien Años, el pueblo al pie de la abadía es amurallado y se convierte en símbolo de la identidad nacional francesa por su resistencia a los ingleses, y en el siglo XV se derrumba el coro de la iglesia, que se sustituyó al acabar la guerra por un edificio gótico. Y, desde los años de la Revolución Francesa hasta mediados del siglo XIX, la abadía fue una cárcel… ¡Cuánta historia encierra sus muros!

 

Y, como hemos dicho, desde aquí se tienen las mejores vistas de la bahía, de tierra adentro y, sobre todo, del espectáculo de las mareas, que impresiona a cualquiera: con una amplitud de casi trece metros los días de mayor fuerza, el mar se retira a gran velocidad en una decena de kilómetros, pero regresa con la misma velocidad: como dicen los franceses, “qu’elle revient à la vitesse d’un cheval au galop” (vuelve a la velocidad de un cabello al galope). A día de hoy, el Monte Saint-Michel sólo queda rodeado por las aguas en las grandes mareas de equinoccio, es decir, cincuenta y tres días cada año, tan solo durante unas horas. Para devolverle su estado original, en 2005 comenzaron una serie de obras -presas, eliminación de diques, un inmenso aparcamiento, apertura de rutas, etc- que siguen en curso y que tienen como objetivo el que el monte vuelva a ser lo que era en los orígenes: una isla.

 

No faltan en el monte lugares para reponer fuerzas, pero el más conocido de todos es, también, el más recomendable: el hotel restaurante Mère Poulard (http://www.merepoulard.com/es), es toda una institución desde su apertura como posada en 1888, a la que han rendido homenaje miles y miles de viajeros, entre ellos todos los famosos que uno se pueda imaginar. Su famosa tortilla de la Mère Poulard o el cordero a la sal son toda una tentación. ¡Buen viaje!
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Redacción

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