Hace algunos años constatábamos la moda de los hoteles extremos o insólitos. Una moda que parecía no tener límites. Luego la cosa se desinfló por saturación de modelos imposibles. Pero desde el año 2010, esta tipología de alojamientos fuera de lo convencional cuenta con un ejemplar único en su especie: una herrumbrosa torre de la guardia costera varada en mitad del océano. Una instalación hotelera que no es precisamente la más segura ni la que genera más tranquilidad. Un hotel de lujo porque es sólo apto para bolsillos desahogados y mentes abiertas al espectáculo más loco de la hotelería bizarra.
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La Frying Pan Tower -la torre de la sartén en su traducción más literal y que desde luego se ajusta a la morfología del invento- se levantó en 1964 para funcionar como faro de apoyo a la guardia costera. El lugar elegido para instalar la estación, un punto que responde a las siguientes coordenadas: 33°29′N 77°35′W. Es decir, un lugar más que aislado en aguas del Atlántico, a casi 50 kilómetros de la costa de Carolina del Norte.
Pero en ese límite austral del golfo, conocido como el “Cementerio del Atlántico”, las corrientes son fortísimas, los huracanes frecuentes y los tiburones los vecinos menos hospitalarios que uno pueda desear. En definitiva, el hotel no está en una zona balnearia, precisamente. Sin embargo, es aquí donde Richard Neal, un ingeniero de software metido a hotelero, quiso montar su particular establecimiento hospitalario tras hacerse con la torre que llevaba desde 2004 abandonada a su suerte ya que se había quedado obsoleta.
Hay que decir que Neal tampoco se complicó la vida demasiado y apenas con una manita de pintura y la adecuación de ocho sencillas habitaciones se contentó para empezar a recibir a huéspedes con ganas de una experiencia radical. La vida en la plataforma, de la que emergen 25 metros de estructura, se distribuye en sus dos niveles principales. Las estancias gozan de agua corriente, cocina completa, telescopio, mesa de billar, televisión y wifi.
Hasta el hotel sólo se puede llegar en barco o en helicóptero. A pesar de la sencillez de las curiosas habitaciones, con unas vistas impagables, todo hay que decirlo, el precio de la estancia mínima de tres noches se eleva por encima de los 600 dólares. Es el precio de unas vacaciones de aventuras.
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