Hay lugares en el mundo que parecen sacados de otros planetas, de otras galaxias. Donde la inmensidad, el paisaje y el silencio provocan en el turista una sensación de bienestar, de paz y éxtasis total.
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Bolivia tiene un lugar que os dejará con la boca abierta. El país andino guarda una maravilla enclavada en la cresta de los Andes: el Salar de Uyuni, el más grande del mundo con 10 billones de toneladas de sal y que se encuentra a una altura de más de 3.500m, en Potosí. Es una región semidesértica y volcánica muy activa. El salar nació a raíz de que se secó hace 40mil años atrás. El área era parte del Minchin, un gigantesco lago prehistórico.
Recorrer el sector de Uyuni en el mes de noviembre es una delicia ya que los flamencos andinos que viven en la Laguna Colorada, de la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, comienzan a criar sus avecillas. El color rojizo de la Laguna donde se instalan los flamencos se debe a los sedimentos minerales de cobre que caen en sus aguas. Los flamencos aguantan en el sector temperaturas bajo cero y verlos en directo, en todo su esplendor, es una obra de arte natural.
En la misma Reserva hay unas aguas termales, llamadas Polques. A pocos metros se levanta magnánimo el volcán Licancabur con una altura de 4.300m. Estos pozos volcánicos y géisers llevan al visitante a los inicios de la creación de la tierra.
El Salar de Uyuni suministra a la industria boliviana e internacional compuesto químicos básicos para su funcionamiento. Además, el Salar tiene una reserva de 9 millones de toneladas de litio que se utilizan especialmente para las baterías de móviles e Ipads.
Para descansar después de un duro día de turismo aventura la isla Incahuasi es perfecta. En quechua significa «la casa del Inca». Desde este isla, situada en medio del Salar, se puede ver como el mar de sal genera un efecto espejo. Además, los lugareños cuentan las leyendas de los Incas que se escondían en esta isla para escapar de los conquistadores españoles. Los conquistadores no pudieron encontrar el oasis ya que sus caballos nunca lograron atravesar el Salar.
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La agencias bolivianas siempre utilizan 4×4 para atravesar el Salar y si lo visitáis especialmente entre los meses de enero y marzo, en la época de lluvias, el cielo intenso se refleja con el blanco brillante de la sal generando un efecto de un espejo y todo parece un mundo psicodélico. El Salar refleja las nubes por que está ligeramente cubierto de agua.
Por la noche el frío es intenso pero vale la pena acampar en el Salar ya que es un centro de observación de estrellas espectacular. Gracias al aire limpio y sin contaminación luminosa, el cielo nocturno parece que se nos cae encima y nos envuelve con las estrellas.
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