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Christiania: todo lo que debes saber sobre la ciudad sin ley

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Las utopías siempre se quedan por el camino. Son normalmente las ficciones distópicas las que más calan en la realidad con el devenir de los años, sin ser éste un pensamiento en sí mismo pesimista. Pero hay alguna que otra excepción y Christiania parece empeñada en seguir siendo una de ellas. Con sus penumbras, eso sí.

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Feliz pedaleo bajo la lluvia (Stig Nygaard, Foter)
Feliz pedaleo bajo la lluvia (Stig Nygaard, Foter)

El pasado 2016 se cumplieron 45 años del inicio de esa utopía llamada Christiania, un hito que aún resuena en la mitología más tardía de la civilización europea. Una pequeña conquista, una pequeña victoria. Ocurrió que en 1971 un puñado de hippies echaron abajo la valla de unos terrenos militares recién abandonados con el en principio inocente fin de dar a sus hijos un lugar verde en el que poder jugar. La cosa fue tomando un cariz más serio cuando, influidos por el movimiento contracultural provo, el grupo decidió asentarse y así fundar una comunidad de carácter anarquista y asambleario al margen de la ley. Hasta hoy.

Christiania (pcambraf, Foter)
Christiania (pcambraf, Foter)

Esta Fristaden Christiania o ciudad libre de Christiania es uno de los puntos turísticos más importantes de Copenhague, la capital danesa. La venta de marihuana es un motivo clave por el que traspasar el umbral de este distrito verde habitado por unos 850 residentes. Son alrededor de 34 hectáreas ocupadas en el barrio de Christianshavn a las que siempre se ha tenido libre acceso salvo en algún momento puntual en el que se han blindado sus fronteras por motivos de reflexión y replanteamiento del modelo. Porque de aquel sueño hecho realidad se quiere evolucionar hacia un nuevo ideal -aunque sea experimental- más apegado a los tiempos que corren y que tiene en la arquitectura ecológica una de sus herramientas prioritarias. Se quiere construir una Christiania menos ensimismada y más activa y coherente.

Christiania (pcambraf, Foter)
Christiania (pcambraf, Foter)

En este actual contexto, Christiania no da del todo la espalda al sistema. Hay en esta comunidad quien recibe ayudas del Estado y podríamos decir que todos pagan religiosamente sus impuestos correspondientes. Bueno, ejem, no todos los impuestos: ni el de recogida de basuras ni el de bienes inmuebles, todo hay que decirlo. Pero pasan por el aro cuando tienen que pagar el crédito concedido por los bancos para comprar algunos terrenos. Esta actitud «colaborativa» puede salvar a Christiania de la destrucción definitiva siempre deseada por la clase más conservadora de la ciudad. Pero esta normalidad, la de pagar las facturas o el alquiler comunitario, la de mutar en una ecometrópoli con el beneplácito de las autoridades, implica un peaje: el de la estandarización, pero sobre todo el de tener que zanjar los problemas de violencia y matonismo derivados del tráfico de drogas en manos de bandas organizadas que nada tienen que ver con el flower power de antaño.

Lobezno (José Carlos Cortizo Pérez, Foter)
Lobezno (José Carlos Cortizo Pérez, Foter)

Y es que Christiania tendrá futuro si prosigue su autogobierno, pero será inviable si se cuece en un ambiente de autodelincuencia. Así tendrá cierta gracia seguir respetando las peculiares reglas de este rincón de irreductibles que proclama orgulloso no pertenecer a la Unión Europea: no hacer fotos en Pusher Street (la calle del camello, en donde más se concentra el trapicheo de hierba), no consumir drogas duras y… no correr. Que esto siga siendo hippielandia.
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Última modificación 3 de septiembre de 2019

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Miguel Á. Palomo

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