Qué sencilla es a veces la belleza. ¿O es al revés? Porque no hay que liarse la manta a la cabeza para tocar lo sublime cuando con apenas sentarse en un banco se puede alcanzar un éxtasis contemplativo, tener una experiencia casi mística. Ante uno, el horizonte atlántico en toda su bravura, el entorno de Picón con las aguas de Ría de Ortigueira en pleno azote contra la pared vertical que nos amarra a tierra firme. Un simple banco coruñés es El mejor banco del mundo: el banco de Loiba. Un honor sencillo, sin mayores lujos que los de sentir en propia piel los vientos de la libertad absoluta y proporcionar unas vistas que, por ahora, no pueden tener precio.
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Tal distinción, el de ser catalogado como O mellor banco do mundo o, tal y como reza la tosca inscripción que su autor material registró hace ya una década, The best bank of the world, le fue concedida por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo al Concello de Ortigueira, cosa no menor ya que la marca necesitaba su copyright con el fin de poder explotarse en campañas turísticas. Que no han sido pocas, y las que quedan por firmarse.
Los vecinos veneran su banco. Los curiosos se acercan a él en procesión y con el móvil en ristre para fundir el selfie, con el cabo de Estaca de Bares y el Ortegal como puntas que asoman en los extremos de la toma angular. No es fácil sentarse en él durante una buena puesta de sol. Casi hay que coger número como en la carnicería. Hacer cola es ya habitual con el buen tiempo. Qué fácil es sentirse único, qué difícil es ya sentarse en un banco único en el mundo.
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