Una foto aérea como la de la isla de Baljenac deja boquiabierto a cualquiera. Y es que eso que a veces viene a llamarse mundo singular es igualmente mundo infinito. Una prueba más es este islote croata que a vista de pájaro parece una huella dactilar. Por lógica, tiene sus razones y algunas de ellas le pueden servir para ingresar en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
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Para empezar, este escueto trozo de tierra plana de apenas 0,14 kilómetros de superficie se encuentra en la costa dálmata, en el archipiélago de Sibenik. Croacia es un país cuya extensión territorial incluye una enorme fragmentación en forma de miles de islas, la mayoría de ellas deshabitadas. Una de tantas es Baljenac, islote que durante los siglos XVI y XVII sirvió de refugio para los cristianos que peligraban por el avance otomano. Pudo ser aquella vicisitud motivo por el que se empezaron a levantar muros bajos de piedra. Un propósito meramente defensivo, por lo tanto.
Sin embargo, ya en el siglo XIX, aquellas estructuras de apariencia casi laberíntica cundieron en ésta y en otras islas cercanas debido a una funcionalidad distinta: la de dividir y proteger de los vientos los campos cultivables, en general fértiles para viñas y olivares. Mientras las mujeres trabajaban el campo, fueron en este caso los vecinos de la isla de Kaprije, a tiro de barca, los arquitectos responsables de una obra que hoy, y quién sabe si mañana más, atrae al turismo más curioso.
Así, a esta isla Baljenac se puede atracar -con cuidado ya que no tiene puerto- para darse un paseo entre los 23 kilómetros de muros levantados piedra sobre piedra sin ayuda de ningún conglomerante, ni cemento ni mortero ni nada de nada. Muros que desde el helicóptero parecen los pliegues de una huella dactilar gigante en mitad del mar.
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