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Cada vez que compras un pantalón por cinco euros o un vestido por 10 euros, deberías pensar que, en el otro extremo del mundo, hay alguien que malvive en condiciones degradantes y recibe un salario indigno para que tu ropa cueste tan poco.
La tragedia de Bangladesh de 2013 destapó la triste realidad de los llamados “talleres de la miseria”, en los que millares de personas trabajan en situación de hacinamiento y semiesclavitud. En abril de aquel año, en Bangladesh se derrumbó un edificio entero que albergaba cinco talleres de confección, acabando con la vida de al menos 300 personas y causando cerca de 1.000 heridos.
Algunos de los trabajadores fallecidos cobraban menos de 30 euros al mes, haciendo ropa para marcas lowcost como la irlandesa Primark, entre otras, según la información publicada en la prensa internacional. La catástrofe puso en el punto de mira un sector que suele generar unos 15 millones de euros en exportaciones gracias a la producción ‘Made in Bangladesh’.
En otro país asiático, Camboya, la situación no es mejor. Al final de su extenuante jornada, las trabajadoras de las fábricas textiles de la provincia de Kampong Speu, a un par de horas en coche de Phnom Penh, tienen que enfrentar un viaje en camioneta o en un minibús llenísimo, que a veces dura varias horas y encima de pie. Su turno de trabajo suele ser de mínimo 12 horas, en las que cosen sin parar prendas para marcas muy conocidad por un salario mensual de unos 125 euros.
El pasado mes de abril más de 70 trabajadoras resultaron heridas después de que un camión volcara. Según datos de un organismo gubernamental creado para compensar a las víctimas de accidentes laborales, el Fondo Nacional de Seguridad Social, solo en 2015 unas 7.000 trabajadoras resultaron heridas y 130 murieron en accidentes de tráfico mientras se dirigían al trabajo.
El año pasado Camboya exportó más de 5.000 millones de prendas, pero ningún empresario parece estar interesado en las condiciones precarias del transporte de sus trabajadores, en su mayoría mujeres. Las fábricas conceden a sus empleadas vales de transporte por valor de unos seis euros, pero recientes controles han demostrado que la mitad de los conductores de estos autobuses y camionetas semioficiales no poseen carnet de conducir.
El tema del transporte en Camboya es solo otro síntoma de la precariedad de un sector, en el que la sobreexplotación y la violación de los derechos más básicos son la regla. En este mercado global nadie parece importarse con estos detalles, siempre que la ropa resulte más barata.
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