Vivir en la dictadura de lo políticamente correcto nos obliga a rebajar en lo sustancial una condición muy nuestra: la del turista celtibérico de pura cepa. Ahora somos viajeros, exploradores, aventureros, nómadas globales, flashpackers, trotamundos… Cualquier cosa menos turistas. Pues creemos que ha llegado el momento de reivindicar algo que, en el fondo, llevamos muy dentro, aunque sea por un ratito, o una escapadita en la que podamos liberarnos de tanto corsé desnaturalizador. ¿No te acuerdas de cómo ser un turista tocapelotas? No pasa nada, te recordamos cómo recomponer tu figura más digna en territorio extraño.
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1. Hablar alto, hay que hacerse escuchar.
Cuando traspasamos la frontera, las normas de conducta cambian. Estamos de vacaciones y es momento del (casi) todo vale. Al fin y al cabo, ¿quién nos va a reconocer? Por eso, nuestro nivel decibélico se incrementa en varios puntos de manera automática, un método también de hacer patria porque a partir de ahora será nuestra mejor seña de identidad. «Mira, aquellos son españoles, se les oye a kilómetros».
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2. Dotes de mando.
Da igual que sea la primera vez que visitas un lugar, te has autoencomendado la misión de liderar un grupo por calles ajenas y vas a cumplir con tu obligación. Al grito de ¡¡seguidme!! o ¡¡es por aquí!! comandarás la horda turista con paso firme sin tener en cuenta la vecindad ni los transeúntes. Puede que os tiréis dando vueltas toda la noche pero lo importante para evitar un motín es no vacilar. Si hay un capitán es que hay soldados rasos que se limitan a seguirle con cara de incredulidad. Cuántos más haya, mayor será el ego del jefe de los turistas.
3. Museo en grupo, en marabunta.
La cultura es el antídoto del embrutecimiento, pero la cosa se asimila diferente si se visita un museo acompañado de 150 personas a las que conoces del trayecto en autobús y poco más. La clave es hacer piña, moverse como un solo individuo, hacer efecto bola de nieve y arrasar con todo y con todos hasta apostarse en primera línea de cuadro. Lo de escuchar el audioguía da más pereza que estos movimientos de masa la mar de divertidos. Como las caras de odio que os ponen los pobres y silenciosos estudiantes de arte.
4. El tamaño del mapa sí importa. Cuánto más grande, mejor.
Hacemos caso omiso de la revolución tecnológica y, aunque podríamos haber descargado en nuestros teléfonos móviles -los llaman inteligentes por estas cosas pero nos gusta condenarlos al envilecimiento- todo tipo de sistemas de mapeados y utilizar sus herramientas de geolocalización, preferimos tirar de oficina de turismo tradicional y conseguir el mapa más grande que nos puedan proporcionar. Ese momento de desplegar la sábana con el callejero bajo un sol de justicia de 45 grados es impagable. No queremos renunciar a él.
5. Okupar los monumentos.
El trayecto a esa mezquita, a ese palacio o a ese monumento Patrimonio de la Humanidad ha sido largo y fatigoso, por lo que cuando llegas lo utilizas como apeadero del descanso del guerrero. En comandita, poco a poco se va improvisando un campamento o tenderete que va comiendo espacio a los visitantes.
6. Otra foto. Otra. No, otra…
Eres un turista y tienes una cámara digital, así que estás armado y eres peligroso. Posicionas tu sujeto animado en mitad del monumento en cuestión, tal vez lo obligues a encaramarse a una reliquia arquitectónica para posar con más realismo, y darás comienzo a una sesión fotográfica que solo tú sabes cuándo va a finalizar. El resto, que espere turno.
7. Dar la nota con la población local.
Ser turistas no impide que nos guste mezclarnos con el pueblo al que visitamos. Pero sí, nos divierte hacer el ganso. Si es una tribu exótica, más todavía.
8. No descuidar el look.
La apariencia -vestimenta y, sobre todo, complementos- del turista no puede quedar en segundo plano. Es parte del paisaje y paisanaje que ha de ser reconocible por todos por si acaso, por si las moscas, por si hay una emergencia. Cuando salgas del hotel, mejor si tiene alfombra roja en plan desfile de modelos, tienes que cumplir los siguientes requisitos: gorra o visera, gafas deportivas como si fueras a esquiar, bermudas, kit fotográfico completo, avituallamiento líquido, chanclas o calzado megacómodo -a veces están permitidos unos buenos tacones para andar por calles empedradas- y, sobre todo, riñonera o mochilita en bandolera. Ahora sí eres un turista de los que llaman la atención. ¡Enhorabuena!
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