La visita a Sevilla siempre es especial. Y, aunque puede hacerse tomando como cuartel general todo tipo de hoteles o apartamentos, siempre recomendamos optar por dar un plus a la estancia. Hay hoteles grandiosos y clásicos, otros de vanguardia y de rabioso diseño, pero la experiencia es otra si el alojamiento elegido es un hotelito pequeño, detallista, con encanto. Patios andaluces, fuentes cantarinas, marquetería fina, trabajos de escayola, suites engalanadas… El color de Sevilla. Los 8 hoteles con encanto en Sevilla.
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Hotel con encanto es esto. Aunque tematizado como palacio andalusí, el hotelito del barrio de la Macarena abarca más que su propia temática al conseguir ser pura esencia de la ciudad más recoleta y romántica. La fachada elegantona no puede augurar unos interiores tan evocadores de la tradición musulmana, centrados en un patio mudéjar que funciona como eje vital. El hotel rinde pleitesia al rey Al Mutamid, aquel que también fue poeta y heredó media Al Andalus y que vivió sus escarceos amorosos con una lavandera precisamente aquí. Agua que corre, maderas de cedro e iroco en los cabeceros de las camas, filigranas de escayola, grifería de la India, doseles y sedas… Un primor que además se destapa en la azotea en forma de terraza chill out. Lo que le faltaba…
Otro palacio, aunque este sí es de verdad y reservado bajo la etiqueta de adults only. Si antes nos quedábamos cerca de la basílica de la Macarena, ahora nos acercamos a la catedral, en el barrio de Santa Cruz. Tanto que asoma la Giralda a la que te descuidas. Inaugurado en 2014, todavía huele a nuevo, y eso que la «Casa de los Pinelo» data del siglo XV. De esa época son sus fenomenales artesonados, por ejemplo, el mejor testimonio del pasado histórico del hotel, hoy entregado a una puesta en escena clásica e impecable. En el patio de mármol, limpio de polvo y paja, y en las alcobas, con especial derroche de amplitud y fruslerías en las Cámaras Reales, las estancias en las que se alojaban los invitados más distinguidos de la época.
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Nos gusta la diferencia. En este singular pequeño gran hotel la marca un entorno como Heliópolis, ciudad jardín de principios del siglo XX con el Parque de María Luisa como principal espacio ciudadano, y un proyecto arquitectónico vanguardista que aún debería ser ejemplo de integración y valentía para otros muchos establecimientos de estas dimensiones y de esta escala humana. Una estructura de celosía de aluminio cobija el perímetro de piso enmaderado y cantos rodados de estilo zen y confiere al hotelito boutique de Carmen Ortega una imagen única antes de contactar con las siete habitaciones blancas y de líneas puras, con maderas claras de abedul y algunos destellos textiles de color.
Como si fuera un compendio de todos los hoteles anteriores, esta antigua casa palacio del siglo XVII escondida en el barrio de la Alfalfa resume también el gusto hospedero de los hermanos Reid Mora-Figueroa. Tras una trabajosa labor de restauración y embellecimiento por parte de maestros artesanos de columnas de mármol romano, rejas de hierro forjado, suelos de piedra de Tarifa y techos canes de vigas talladas y con artesonado, el hotel nació para ser portada de revista. Además de su refinado atrio, sin folclore, y de unas habitaciones vistosas y de alto confort, comprende un puñado de nuevas estancias más en el edificio de enfrente y una azotea con piscina y vistas a la Giralda.
La cosa va de palacios. Sin dejar el meollo del centro, esta casa lujosamente vestida conserva su impronta renacentista pero es precisamente el contenido de muebles, antigüedades y mil y un detalles más lo que le da carácter e interés. Lámparas, butacones, cuadros, recuerdos, relojes, espejos… La impresionante galería y biblioteca con chimenea, el patio con fuente y las alcobas suspendidas en el tiempo no escatiman en pequeños lujos de otros tiempos. Esa sensación de museo se compensa con servicios atentos y actualizados.
De nuevo el barrio de Santa Cruz sirve de entorno vecinal a un hotelito que, muy sencillito él, se resuelve con gracia y estética minimalista. Ya con estar abocado a la Plaza de Doña Elvira, cuajada de naranjos y perfumada de azahar, tiene bastante de donde extraer ese color especial de la Sevilla de postal. Aunque la hechura primigenia y regionalista de los tres edificios que ocupa permanece inalterada, los interiores se despojan de tipismos más allá de las macetas que decoran sus balcones y ventanas.
Pero si hay que insistir en tipismo y en el barrio que nos ocupa, otra opción es esta casa patio sevillana hasta la médula. Pero cuidado, a pesar de que la primera impresión se llena de maderas, azulejos y viejos y recuperados dinteles de ladrillo –sí, también hay fuente cantarina-, las habitaciones se simplifican y prefieren mostrarse luminosas y algo neutras de paleta cromática. Pero hay detalles que brillan por sí solos.
Qué “jartá” de encanto nos hemos dado y qué mejor que finalizar este repaso hospedero en el hotel boutique de Gonzalo del Río González-Gordon, miembro de la familia González-Byass. No es una casa cualquiera, sino una de las más lujosas de la ciudad, un sueño que arranca a finales del siglo XIX y encuentra continuidad en un ahora de exquisita hospitalidad. La mansión exhibe poderío en mármoles, alfombras, telas y pinturas valiosas. Ni rastro de televisiones, por cierto. Ni falta que hace.
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