Ni tapar agujeros, ni cambiar de coche. Ni siquiera liquidar la hipoteca. El 90 por ciento de los españoles harían el viaje de su vida si les tocase el gordo de Navidad de la Lotería, según una encuesta publicada por la agencia online Rumbo. Y ya que estamos a 22 de diciembre y parece claro que, si nos toca, haremos las maletas, cinco destinos para fundirse el gordo (o al menos, un buen pellizco) más allá de Europa. Porque, para una vez que nos toca, que menos que cambiar de continente, ¿no?
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Cuando el gordo de Navidad nos convierta en nuevos ricos, quien más quien menos tendrá, como todo adinerado que se precie, la tentación de la excentricidad. En el panorama viajero, la capital de Azerbaiyán cumple sobradamente la condición. Ciudad aburguesada y muy europea aunque nos encontremos en Asia y a orillas del mar Caspio, los petrodólares han acelerado delirante contrastes de estilos urbanísticos y arquitectónicos: contra el recuerdo soviético, torres de cristal y futuristas edificios de los más aclamados arquitectos del momento, como Zaha Hadid y su curvilíneo Centro Heydar Aliyev. Y puestos a ir de #nuevosricosexcéntricos, no nos andemos con rodeos al buscar hotel. Dos referencias tan caras como pasadas de rosca: una real y disponible, el Faimont Baku, instalado en las Flame Towers, y otra hiperloca y en construcción: el Full Moon Hotel.
No es un viaje barato, pero qué demonios, jamás estaremos tan cerca de la legendaria fiebre del oro. Seremos como los colonos norteamericanos que, a finales del siglo XIX, salieron pitando hacia las lejanas tierras del Gran Norte canadiense para, río Yukón abajo, encontrar el fabuloso yacimiento de oro del Klondike, uno de sus afluentes.
Tampoco será un viaje cómodo. Hay que caminar primero y remar después –800 kilómetros río abajo durante dos semanas–, aunque es asumible y realizable sin heroicidades. El premio es adentrarse en una apoteosis de naturaleza casi intacta (grandes osos grizzlies incluidos), pues el territorio Yukón poco ha cambiado desde la Gold Rush canadiense, la última gran fiebre del oro de la historia. Dos referencias imprescindibles, una logística, la agencia Tierras Polares y su Ruta del oro, y otra literaria, El río de la luz, de Javier Reverte.
Conocer el último territorio virgen que queda en la Tierra se plantea, probablemente, cuando el tiempo y el dinero son conceptos relativos en nuestras vidas. No es una locura (cada año visitan la Antártida más de 50.000 turistas), pero no suele estar entre los destinos que barajas cada verano, precisamente.
A la Anártida se llega, generalmente, a bordo de cruceros-expediciones que parten desde Usuhaia (Argentina), la ciudad más al sur del planeta (aunque también se puede hacer en avión). Estos grandes barcos realizan un recorrido a lo largo de la costa antártica que incluye varios desembarcos para, controlando al máximo que el impacto ambiental de tantos viajeros sea el mínimo posible, poder fotografiar de cerca a los entrañables pingüinos. Dos referencias, las rutas de la compañía Hurtigruten y la amplia oferta antártica de la agencia Mundoexplora, Polo sur geográfico incluido.
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No nos hemos olvidado de una isla remota, paradisíaca y perfecta en la que, tumbados al sol sobre una arena más blanca y fina imposible, resulte fácil alejarse de todo. Para empezar, porque llegar a esta diminuta porción de tierra perdida en el Pacífico Sur llamada Bora Bora cuesta lo suyo. Al lograrlo, la estampa esperada no defrauda: un volcán adormecido, cálidas aguas de perfectos tonos turquesa y arrecifes de coral por doquier junto a nuestro resort de lujo sustentado sobre pilotes de madera. No es la isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, pero sí un botín que todo viajero querría disfrutar una vez en la vida, y más si te toca el gordo de Navidad
La sombra del mítico Orient Express es alargada. Hay opulentas suites sobre raíles en casi todos los continentes, pero destacamos aquí uno de los ferrocarriles de mayor opulencia, historia y leyenda del mundo: el Tren Azul, en Sudáfrica.
Tiene linaje, es heredero directo de visionarios sueños ferroviarios que pretendía recorrer el continente africano desde Sudáfrica a El Cairo en el siglo XIX, y mucha finura a bordo: estancias sacadas de un hotel de cinco (o seis) estrellas, salones lounge, boutique a bordo y vagón restaurante para veladas amenizadas con música en directo. De Ciudad del Cabo a Pretoria, al norte del país, el recorrido es de 27 horas y 1.600 kilómetros con paradas para visitas y excursiones guiadas fuera del tren en Kimberley y Matjiesfontein.
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