Contemplar de cerca las entrañas de nuestro planeta es, probablemente, una de esas cosas que hay que hacer una vez en la vida: tienta y atemoriza al mismo tiempo. Al asomarnos a un cráter volcánico podemos encontrar de todo: desde sulfurosas y amarillentas fumarolas hasta imprevistas columnas de humo y cenizas, ardientes lagos de lava y hasta cráteres inundados de agua, con isla incluida en el centro.
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1. Monte Fuji (Japón)
La montaña más alta de Japón, un auténtico icono de la cultura y el arte nipones, dibuja un perfecto, dormido y nevado cono volcánico, cuya última erupción conocida data del siglo XVIII. Es un reclamo turístico imprescindible y en verano son muchos los que se animan a subir de noche hasta la cima para contemplar el amanecer desde sus 3.776 metros de altura.
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2. Popocatepelt (México)
El humeante cráter del Popo, o don Goyo, como se le conoce popularmente, inquieta de cuando en cuando a los habitantes de las poblaciones circundantes, como la hermosa ciudad colonial de Puebla. Se trata de la segunda montaña más alta de México (5.426 metros) y de un volcán sumamente activo –el último aviso serio ocurrió en 2014– y, por ello, uno de los más controlados y monitorizados del mundo. Hay quienes se atreven a subir igualmente hasta la cima, a pesar del riesgo de llevarse un buen susto…
3. Teide (Tenerife)
Más tranquila parece la montaña más alta de España, que emerge en la isla de Tenerife, en Canarias. Eso sí, el volcán del Teide, de 3.718 metros, no está apagado. Algunos estudios le otorgan la misma estructura, peligrosidad y potencial fiereza que el volcanes tan activos como Etna italiano. Turístico y transitado, cuenta incluso con un servicio de teleférico hasta los 3.555 metros. Desde ahí a la cima apenas quedan unos 200 metros de desnivel.
4. Caldera de Yellowstone (Estados Unidos)
Además del hogar del oso Yogui (y de Bubu), según algunos expertos el área geotermal del parque nacional de Yellowstone, en Wyoming, es el lugar más peligroso del mundo: una monumental y borboteante caldera volcánica –concentra en torno a la mitad de los géiseres activos del planeta– con una extensión de 4.0000 kilómetros cuadrados. ¿Se imaginan que entrase en erupción…?
5. Etna (Italia)
Eso es precisamente lo que ocurrió en el cráter del Etna en verano de 2014: explosiones y ríos de lava corrían ladera abajo por el volcán más activo de Europa. Se encuentra en la isla de Sicilia, se alza unos 3.322 metros sobre el nivel del mar y tiene un nutrido historial de erupciones violentas durante la última década. A pesar de ello, cuenta con diversas instalaciones turísticas como refugios, un funicular y hasta una estación de esquí.
6. Arenal (Costa Rica)
Visto desde lejos, representa la definición perfecta de un volcán: un perfil piramidal de 1.670 metros de altura seccionado horizontalmente en su punto más alto y pintado de verde en su base debido a la frondosidad selvática que caracteriza a las tierras altas del interior de Costa Rica.
7. Kilauea (Hawai)
Su nombre lo dice todo: en la lengua nativa significa algo similar a “escupiendo”. Y es que este hiperactivo volcán (1.247 metros) de Big Island es uno de los más inquietos del planeta y cuenta con un lago de lava dentro de su cráter que suele provocar derramamientos de magma por sus laderas. Todo un fenómeno de la naturaleza en el espectacular entorno natural de Hawai.
8. Taal (Filipinas)
En el interior de este cráter (activo) no hay lava, ni oscuras rocas volcánicas, ni siquiera fumarolas provenientes del interior de la corteza terrestre. Dentro del cráter del Taal hay un lago, con isla en el centro. Lo curioso es que el propio volcán es, a su vez, otra isla en medio de un lago, también llamado Taal. Está en Luzón, al sur de Manila, la capital filipina.
9. Nyiragongo (República Democrática del Congo)
El cráter circular del Nyiragongo, con su enorme y amenazador lago de lava en el fondo, es una de las imágenes más impactantes que puede contemplar un viajero después de una aproximación entre frondosos y húmedos bosques tropicales.
10. Darvaza (Turkmenistán)
Está bien, no es un volcán, pero lo parece. La llamada Puerta del Infierno, el ardiente cráter de Darvaza, en el desierto de Turkmenistán, ni siquiera es producto de la naturaleza, sino el resultado de la explosión de una inmensa bolsa de gas durante una prospección minera soviética en los años 70. Un fuego infinito en el mítico recorrido de la Ruta de la Seda.
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