Colgando de un arnés, tirándose desde un puente con una goma atada a los pies o saltando desde una avioneta en buen estado, la atracción por experimentar el vacío resulta innegable. Lanzarse al aire, caer, aproximarse a ese imposible (de momento) que es para el ser humano llegar a volar. Sin arriesgar más de lo necesario, proponemos 10 formas y lugares para soltar adrenalina mientras te sientes (casi) como un pájaro o una verdadera bala humana.
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1. La tirolina más rápida del mundo (Nueva Zelanda)
Está en las Antípodas, en el cañón del río Rangitikei, al sur de Taihape, en la isla Norte de Nueva Zelanda. Inmejorable excusa para viajar al otro lado del mundo y sentirse como un verdadero sputnik humano. La tirolina Flying Fox llega a alcanzar los 160 kilómetros hora. Olvídate de tu peinado.
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2. La tirolina más larga de España (Cabezón de Pisuerga, Valladolid)
Más cerca queda el cable de la tirolina más larga de nuestro país. Estrenada recientemente en el pueblo de Cabezón de Pisuerga, a unos 12 kilómetros de Valladolid: 1.250 metros de descenso desde el páramos de Valdecastro hasta la misma orilla del río, a más de 100 kilómetros. Para todos los públicos, excepto a aquellos que pesen menos de 40 kilos. Lanzarse cuesta 28 euros. Una alternativa igualmente interesante: los 900 metros de vacío que propone el parque de Irrisarri Land (en la foto), en Igantzi (Navarra).
3. El puenting más alto del mundo (Arkansas, Estados Unidos)
La apuesta sube un poquito con la descarga de adrenalina que proporciona saltar desde un puente hacia un vacío de 321 metros por debajo de nosotros. Bienvenidos al puenting más alto del mundo: Royal George Bridge, en Cañon City (Arkansas).
4. El puenting más verde (Niouc, Suiza)
La réplica europea está al sur de Suiza, en el parque de aventura Bungy Niouc: 190 metros de caída desde el rojizo spider bridge –es el bungee más alto del continente, en un entorno espectacular. Durante el invierno abre solo los fines de semana, pero en verano se puede saltar de martes a viernes.
5. Clavadistas en La Quebrada (Acapulco, México)
El siguiente paso es desatarse. Y sin cuerdas que nos aseguren qué mejor que saltar sobre el colchón marítimo. El trampolín natural más espectacular aguarda en los acantilados de La Quebrada, en Acapulco (México), donde los mayores especialistas del mundo, los llamados clavadistas, quienes siguen silbando antes de lanzarse al océano desde 35 metros de altura, haciendo las delicias de locales y turistas.
6. Acantilados de Menorca
Sin necesidad de emular a los clavadistas mexicanos, la isla de Menorca cuenta con un buen puñado de calas recónditas donde zambullirse con gusto y alevosía en aguas de un intenso color turquesa, postureo incluido. Desde la piscina natural que hay bajo el acantilado del Escull de Pregonda, a la maravillosa Cala Mitjana (en la foto).
7. Aloha y saltos (Oahu, Hawai)
Cuando uno tiene la posibilidad de visitar este paraíso volcánico, surfista y playero, lo normal es que le den ganas de lanzarse (de alegría) a las cálidas aguas del Pacífico. Pero además, los acantilados de Oahu, la isla más poblada de Hawai son también punto de encuentro de saltadores profesionales para competiciones y eventos de exhibición, como el de la foto.
8. Volar sobre los volcanes (Auvernia, Francia)
Hay varias formas de obtener una buena panorámica de la región volcánica de Auvernia, en el Macizo central francés, pero la más espectacular es, sin duda, realizar un vuelo en parapente despegando desde la cima del Puy de Dôme (1.464 metros), cima principal de la zona.
9. Caída libre, pero controlada (Lillo, Toledo)
Puestos ya a despegar los pies del suelo y subir alto, en el centro Skydive Lillo (Toledo) puedes hacerlo a bordo de una avioneta para saltar después (sí, incluso en caso de no avería) y volar literalmente en un salto en caída libre (en tándem), perfectamente acoplado y asegurado a un instructor especializado.
10. El gran salto (Canaima, Venezuela)
Rizar el rizo esta al alcance (y la valentía) de muy pocos: el salto B.A.S.E. consiste en lanzarse al vacío desde un punto fijo –un edificio, una antena, un puente o la tierra (un risco), de ahí sus siglas, en inglés– y siempre muchos metros por debajo que desde avión o un helicóptero. El resultado son varios pero intensos segundos de caída libre mientras el suelo se acerca demasiado rápido antes de abrir el paracaídas. Los 900 y pico metros de altura del Salto Ángel, una cascada monumental en uno de los tepuis del parque nacional de Canaima, en Venezuela, es uno de los escenarios más espectaculares para ellos. Selva, agua, vacío y a volar.
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