No podía quedarse atrás. Madrid pudo sustituir su inexistente playa por la idea de una orilla nueva en el Manzanares. Pero el verano necesita más refresco. Las piscinas de hotel urbano miden la temperatura de una ciudad que sabe ponerse en remojo con diseño, arquitectura, cócteles helados, música relajante y mucho buen rollo. Madrid ha sabido tener un termómetro a la altura. Y de altura, pues estamos una temporada más como locos por subir a los cielos de estos 10 hoteles en Madrid con piscinas impresionantes.
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Nos apetece empezar por una lámina infinita de excelsa ingravidez. ¿Podría tener un mejor emplazamiento? Quizás. Pero consigue sacar la cabeza y sobrevolar parte de Gran Vía y enfrentarse a la puesta de sol, siempre diferente en los madriles. Un escenario reducido, sin masificar, al que se llega después de disfrutar del diseño de por sí refrescante de Teresa Sapey. Más que para zambullirse y nadar, que también, la piscina está para dar sentido al bar de la terraza.
La última en llegar, la más diminuta de todas, y encaramada a este ranking con todas las de la ley. El porqué está en que en realidad a lo que se encarama la pileta cuadrada -una plunge pool, si queremos- de este hotel boutique es a unas vistas que compiten por ser las mejores de Madrid. Así, sin más. Eso sí, comparte emplazamiento con la terraza de copas, el Sky Lounge, pero se limita a quedarse en el extremo que da a los tejados bajos de detrás de Gran Vía. Sí, otra vez Gran Vía.
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Imposible dejar de mencionarla porque, ya veterana siendo todavía muy joven, es todo carisma. Abocada a la recién renombrada plaza Pedro Zerolo, en pleno Chueca, lo que sucede en la azotea de este hotel buque insignia de la cadena de Kike Sarasola es siempre tendencia. Quien pasa una única tarde en ella, quiere repetir sin excusas. Decorada por Tomás Alía, la zona de piscina está integrada en una terraza en la que hay que escrutar la carta de cócteles para no perderse las creaciones de Igor Montero y Miguel Ángel Jiménez. Exclusiva, en precio y en aforo, como pocas. Prohibido aburrirse.
Otra piscina del género rooftop que hay que catar en el verano. Aquí sí se puede uno dar el gustazo de unos largos en las alturas, a unos metros del asfalto humeante de Gran Vía. La vista alcanza hasta el Madrid de los Austrias, aunque la mayor parte del tiempo la gente lo pasa en posición horizontal, si es que ha conseguido pillar tumbona.
Sin miedo a equivocarnos podríamos afirmar que la del Emperador es -y cada vez más- LA piscina de hotel de Madrid. Porque no parecía estar nunca de moda, ahora está más de moda que nunca. Clásica en su ornamentación, generosa en dimensiones deportivas y ubicación en mitad de… Gran Vía, cómo no. La más castiza, la más kitsch.
Estamos en otro terreno, en el del Madrid noble y el de la gente bien. Una piscina pijísima, para entendernos. Pero elegante, sin imposturas y la mar de apetecible por ese azul oscuro del agua y ese solárium impecablemente enmaderado. Como si fuera la piscina de una comunidad de vecinos, sólo que muy privilegiados en su acceso libre como clientes del hotel y socios de Le Max Wellness Club Wellington.
De nuevo el que quiere mojarse tiene que tirar de ascensor. Fuera de la órbita típica de los hoteles más céntricos, este hotel explota la gracia de una terraza con vistas despejadas a la zona de Moncloa -un nuevo faro junto al Faro- y del Parque del Oeste. Sin ser muy grande ni preciosista, la piscina cumple la función de remojar el ambiente antes del momento de las copas.
Esta vez hay que desfilar hasta Cuzco para encontrar este hotel elegantón donde desafiar el caloret no tiene tanto mérito. Bonita en su dibujo clásico, rodeada de vegetación, ejerce de auténtico oasis urbano gracias además al aliciente de su catálogo de bares y restaurantes. Diseñado por Lázaro Rosa Violán, el restaurante El Pelícano es el alma del hotel que se alarga en forma de lounge y en pool-bar.
Una de las últimas en llegar, la piscina de este hotelito moderno junto al Círculo de Bellas Artes es esencialmente diseño, imagen testimonial con la que vestir al bar animado de su azotea. Una calle única al borde de la fachada, para nadar y asomarse. Difícil aprovechar mejor el espacio. De noche, bien iluminada, es un puntazo.
Una de nuestras favoritas, para el final. Como buen hotel -hotelazo, perdón- pionero nos dejó con la boca abierta cuando subimos por primera vez a su azotea. Las vistas eran lo de menos. Primaba el estilo, el nuevo ambiente de Madrid, el producto servido, la oferta de coctelería de campanillas, la música… Y la piscina, escondida pero asombrosa. Da para remojarse los pies pero ¿qué más da? El Urban siempre será el Urban.
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